Un amor pasado que llama a la puerta, una opción latente, una dulce tentación, un roce de espaldas, una mirada perspicaz, un "te invito a tomar algo". Todos mis miedos reencarnados en una larga cabellera que continúa en unas preciosas piernas que pueden llegar a ser la perdición, tu perdición. Bocas que pronuncian tu nombre sin siquiera conocerte, manos que te invitan a probar nuevas experiencias sin saber que a ti te gusta la rutina y sus buenas costumbres; palabras que suenan apetecibles, gestos insinuantes.
Y de repente, el miedo se transforma en posibilidad, y esa misma posibilidad, en la peor de las pesadillas. Es entonces cuando entiendo que yo no abandonaría jamás por un placer momentáneo que a continuación se convertiría en un error irreparable. Intento autoconvencerme de que mis silencios estarán por encima de las malas lenguas, de que mis besos calmarán la sed, y no solo tus ganas de beber, de que un "te quiero" haciendo el amor suplirá cualquier "te amo" practicando mero sexo.
Ahora mi vida, nuestra vida, está en tus manos; si en algún momento necesitas algo que no sea yo, solo puede haber una opción: no estábamos hechos el uno para el otro. Confío tanto en ti que estoy dispuesta a seguir soñando arriesgándome a encontrarme cara a cara con esa horrible pesadilla. No me falles, y entiende que el miedo significa lo mismo que el amor: temor a perder lo que uno más quiere. Y en este caso, ese puesto lo ocupas tú.
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